El tren de su gira Vinagre y rosas tiene al Perú como estación privilegiada el próximo 2 de junio. El “Flaco de Úbeda” admite que nuestra capital le sirve de refugio y abrigo emocional
Joaquín Sabina confiesa que le debe una canción a Lima. A la ciudad que lo acoge de incógnito, la que lo recibe cada año para pasar Navidad con sus suegros, en la que puede caminar tranquilo sin que hordas de “groupies” lo atosiguen. En “Yo me bajo en Atocha” canta: “México me atormenta, Buenos Aires me mata”. ¿Qué frase para el bronce podría decir de nuestra ciudad?
La pregunta lo toma por sorpresa y por unos segundos el silencio ocupa la línea telefónica. “A mí me gustaba la “Lima la horrible” de Salazar Bondy antes de conocer a mi novia. No sé por qué, en ese momento el caos limeño parecía tener cierto parentesco con el caos de mi alma. Por eso Lima me enganchó”, recuerda.
“Yo voy a Lima una o dos veces al año, y soy yo el que quiere ir, no porque lo diga mi novia limeña [Ximena Coronado]. Tal vez le debo una canción a Lima, pero no será “Lima la horrible”. Será Lima el abrigo, Lima la cómplice. Los limeños se parecen mucho a los madrileños, ¿sabes? Ambos son muy hospitalarios. En la mayoría de las ciudades del mundo, para que un amigo te invite a su casa tienes que conocerlo meses. En Lima, a los diez minutos, te llevan a su casa. En Madrid pasa igual”, añade.
ADIÓS A LAS PLAZAS
El “Flaco de Úbeda” pasa en su departamento de Madrid unas breves vacaciones tras una maratónica gira por la península, luego Chile y finalmente Argentina. Tiene que reponerse: “Imagínate: a la Bombonera asistieron 45 mil personas. ¡Ya no me parecen conciertos de música, sino celebraciones tribales!”, comenta. Sabina no se queja, y puede ser que lo disfrute, pero reconoce que en lo musical se pierden los matices. “A uno le dan ganas de volver a un pequeño escenario, a un teatrito precioso, donde se escuche la respiración del público y la interactividad sea mayor. Mi intención es hacer conciertos más razonables, mas pequeñitos”, promete.
Pasaste la última Navidad en Lima. ¿Cómo logras pasar desapercibido?
Te diré que los limeños no son nada cholulos [gente muy pendiente de las estrellas], como lo son los argentinos o los mexicanos. Yo en Lima voy por cualquier lugar con toda tranquilidad. Si alguien se me acerca para decirme algo, lo hace de un modo muy civilizado, muy amable. Nunca he notado el más mínimo acoso. Es verdad que, después de un concierto, no se me ocurre ir al bar La Noche. ¡Voy otros días! [ríe]. Es la gente que te demuestra que cuentan contigo, que te escuchan, de un modo muy tranquilito. El carácter limeño es suave.
¿Hay canciones peruanas que te golpeen, que quisieras tener en tu repertorio?
Recuerdo un día, luego de dos conciertos en Lima, que estábamos en el bar La Noche y la gente quería que cantara. ¡Y solo nos pusimos a cantar valsecitos peruanos! El auditorio estaba muy enfadado [ríe]. A mí, desde luego, Chabuca Granda y Felipe Pinglo me gustan muchísimo. Toda esa cosa de peña criolla me atrae mucho.
Una de tus visitas obligatorias en Lima es la librería de viejo de El Virrey. ¿Además de Vallejo, tu famosa obsesión, a qué poetas peruanos lees?
Mira que hoy he estado leyendo a Eielson. El otro día me lo había prestado la Xime. El último tesoro que me traje de El Virrey es un libro firmado de Martín Adán. Pero, desde luego, Vallejo los borra a todos: es una pasión muy importante en mi vida, de muchos años antes de viajar a Lima.
Has dicho: “Vargas Llosa defiende cosas con las que estoy en absoluto desacuerdo pero lo respeto porque las defiende valiente y gallardamente”. ¿Ahora que MVLL propone legalizar las drogas, te identificas más con él?
Es verdad que dije eso, pero ahora nos hemos hecho amigos. Hemos cenado en Lima y ahora lo hemos hecho en Madrid. Me pilla mucho más cerca. Desde luego, lo de las drogas, no es solo que esté de acuerdo con Mario, sino que es clamar al cielo. Cuando uno habla con políticos más o menos responsables, en privado te dirán que no hay más remedio que legalizarlas. Lo que pasa es que por motivos electorales no se atreven a decirlo en público.
No es un asunto ideológico, sino de sentido común…
¡Pues claro! Cuando se acabó con la ley seca en Chicago, no se acabaron los borrachos. ¡Se acabaron los gánsteres!
ROSAS PARA EL NANO
“Vinagre y rosas”, tu disco y un excelente pretexto para cantar en Lima, rompe casi un lustro de silencio en salas de grabación. ¿Te gusta hacerte esperar?
Yo quisiera hacerme esperar muchísimo menos, pero me cuesta mucho escribir canciones, mucho más de lo que la gente piensa. En estos últimos años, estuve haciendo giras, una de ellas la de “Dos pájaros de un tiro”, con Serrat, que también pasamos por Lima. Antes, cuando era muy jovencito, estar de gira era lo que más me excitaba para escribir canciones, pero ya no. Ahora me dedico a disfrutar de los viajes y a estar en forma en el escenario.
¿Cuán riguroso eres para elegir las palabras al escribir canciones?
A mí me gusta la excelencia, otra cosa es poder conseguirla. Las canciones que yo quiero escribir son las mejores del mundo. Pasa que, cuando las haces, quedan muy lejos del ideal.
¿A propósito de Serrat, a la distancia, cómo evalúas la experiencia de cantar con él?
Fue fantástico. Cuando yo tocaba en el metro de Londres, cantaba sus canciones. No nos conocíamos para nada, él ya era Dios. Luego, con los años nos fuimos conociendo. Al principio, era una relación discípulo-maestro. Luego, sin perder el respeto en ningún momento, empezó a ser una relación de muchísima amistad. Un día me pilló completamente por sorpresa en un restaurante en Barcelona. Me dijo: “¿Hacemos una gira juntos?”. Y le dije que sí, con absoluta inconsciencia. Lo tomé como una de esas conversaciones que se dan en el bar y no van a ningún sitio. Pero él es un tipo absolutamente riguroso.
Por otro lado, en el escenario, fue una experiencia maravillosa. Soy un tipo lleno de culpas y problemas, muy neurótico. Él no, Serrat es un tipo que lo que dice lo hace. Cada concierto fue una fiesta. Creo que, más que ver con la música, era una celebración intergeneracional de la amistad. El otro día, cuando estuvo malito en el hospital, Serrat me amenazó con hacer “Dos pájaros de un tiro: el retorno” [ríe].
¿Aprendiste algo de él?
Pues sí. Aprendí que pase lo que pase, o estés como estés, cantar es un oficio sagrado y hay que subir al escenario en las mejores condiciones, cada día, dejando contento al público.
DESAMOR EN PRAGA
La historia de “Vinagre y rosas” es envidiable: el disco nació en 15 días de creación en Praga, escuchando las historias de desamor de tu amigo, el escritor Benjamín Prado. ¿Puedes escribir canciones de desamor cuando tú te sientes bien?
Sentirme bien es mucho decir. Digamos que vivo con una cierta estabilidad doméstica. Y ese sentirse domésticamente bien te hace sentir espantosamente mal a la hora de escribir canciones. Mis canciones nacen de determinados cataclismos sentimentales. Si no los hay, no se me ocurre nada. En este caso, con Benjamín estábamos borrachos y él se quejaba de desamor. Él decía que lo había dejado su novia, y yo me quejaba de que mi novia no me dejaba tener novia. ¡Ya sabes cómo son las peruanas! [ríe]. Nunca pensamos que íbamos a escribir canciones. Lo que queríamos era irnos solos a Praga a consolarnos un poco. Es una ciudad maravillosa, donde nadie nos conocía. Para mi sorpresa, me empezaron a nacer canciones al ritmo de una o dos al día. Estábamos felices de estar juntos y queríamos escribir.
Dicen que Praga es la combinación imposible de melancolía y vitalidad. Un poco como la fórmula de tus canciones.
No conozco canciones de amor feliz. La felicidad en el amor se vive, no se cuenta. Sería muy insultante hacer canciones así. Lo que la gente busca en una canción de amor es un hombro donde ponerse a llorar.
En la canción “Viudita de clicquot”, dices: “Mi manera de comprometerme fue darme a la fuga”. Ahora que lamentas tu “felicidad doméstica”, ¿has llegado al momento de tu vida en que no hay adónde escapar?
Un poco sí. Digámoslo de un modo pedante: tengo una vida interior muy intensa y todos los días me culpo y peleo conmigo mismo por no llevar un poco más adelante mis sueños y mis ganas de hacer cosas. Ahora estoy bastante excitado porque estoy a mitad de gira y regreso al Perú y luego a México, que también me encanta. Creo que se ve en mis canciones el poso que ha dejado ese país.
Es verdad, en “Vinagre y rosas” has desempolvado tu lado mexicano y ranchero…
Sí, es un lado que venía filtrándose desde hacía mucho tiempo. Tal como pasa en el Perú, donde también se oyen canciones mexicanas, en España los borrachos siguen con “Pero sigo siendo el rey”. No saben quién fue José Alfredo Jiménez, pero cantan eso.
¿Cómo haces para evitar repetirte?
Creo que me repito mucho y no estoy tan en contra de eso. Los escritores, los pintores, los cineastas que me gustan suelen hacer siempre lo mismo. Uno se hace artista porque quiere contar determinadas cosas de determinada manera. Es imposible escapar de eso. Así es el proceso.
Decía Benjamín Prado: “Para seguir siendo Sabina, Joaquín tiene que trabajar muchísimo”. ¿Qué debes hacer para seguir siéndolo?
No lo sé. No tengo ninguna intención de seguir alimentando esa caricatura del borracho que sale de los bares de madrugada y cosas así. Creo que para seguir siendo Joaquín Sabina lo que tendría que hacer es escribir buenas canciones. Ojalá suceda.
VINAGRE Y ROSAS
Autor joaquín sabina / Sello sony music / Nacionalidad española / Temas “Tiramisú de limón”, “Viudita de Clicquot”, “Crisis”, “Virgen de la amargura” y otros.
“Vinagre y rosas” es un disco sobre el desamor, con el que el músico español busca borrar su caricatura y con el que —anunció— se despide de los grandes escenarios. Ya son tres los discos de platino conseguidos por Sabina en España con este trabajo, el cual permaneció 17 semanas en el puesto más alto de la lista de discos más vendidos en la península.