El actor no dejará de hacernos reír: protagoniza “La mujer del idiota”, calzará tacones altos en “La jaula de las locas” y, a fin de año, nos enseñará a votar
¿Cómo llevas el tema de ser empresario teatral?
Primero, con responsabilidad y, segundo, como tiene que ser: con buen humor y la visión de darme a mí y dar al medio algo que no había cuando empecé, concebir espectáculos de calidad, con inversión, para que la gente gane dinero, para que el público se divierta y para que venga gente que no esté acostumbrada a ver teatro y los actores estén contentos de hacer teatro y pagar con tranquilidad su cable. Eso me da una profunda felicidad.
Visto desde el lado económico, ¿crees que vivimos un “boom” teatral?
Creo que vivimos mejores épocas para el teatro. En cuanto a producción, nosotros empezamos con Raquel en Llamas hace seis años y luego surgió una propuesta como Plan 9, cuyos espectáculos llenan la sala y sus actores pueden vivir de una temporada. En esa medida, sí se puede hablar de un “boom”, o por lo menos de una levantada de cabeza.
Desde hace años, el sueño de todo director es tener su teatro propio para sus montajes. ¿Sigue siendo ese el objetivo?
Creo que debería haber una posibilidad para todo. Por ejemplo, un director como Roberto Ángeles debería ya tener la posibilidad de contar con un espacio propio de creación y experimentación teatral. Es algo que también nosotros estamos buscando. También debería haber salas alternativas para todo tipo de espectáculos. Teatros más de cámara como La Plaza-ISIL, o teatros enormes, donde montar “La comedia romana” o “La jaula de las locas”. Faltan salas, distintos espacios.
El director Osvaldo Cattone comentaba que toda su vida lo han atacado por hacer teatro “comercial” y que, curiosamente, son los jóvenes directores los que ahora siguen sus pasos…
Cattone merece mucho respeto. Durante muchos años, mantiene con su bolsillo un teatro como el Marsano, presenta espectáculos de calidad y acostumbra a la gente a ver teatro. Eso es muy valioso. Gracias a Dios, los prejuicios contra lo “comercial” se están rompiendo, aunque quedan algunos bastiones un poco vetustos, como lo que representa el equivocado Alonso Alegría.
Como en “El idiota”, en tus últimos montajes siempre te veo en el papel del que mete la pata, el que genera las confusiones, el que se burla tanto de sí mismo como de los demás. ¿Por qué te gusta tanto este tipo de personajes? ¿No sientes que te estás limitando a ese registro actoral?
Porque tienen mucho de mí. Me siento muy cómodo con mis personajes de “Volpone” o “Una comedia romana”. Por allí va el claun que aún tengo, y no me molesta ni me preocupa. Siento que por allí estoy diciendo lo que me provoca decir.
*En julio próximo, interpretarás a Albin, el gay transformista en La jaula de las locas...*
Presentar esa obra en cualquier otro lado ya no despeina como antes. Pero en Lima todavía tiene mechas por despeinar, aunque ahora hay más tolerancia y libertad frente al tema gay. De lo que la obra habla es de libertad y tolerancia.
Denisse Dibós te dará clases de canto. ¿Quién te enseñará las técnicas del transformismo?
No lo sé, aún no hemos comenzado con eso. Es complicado, pues debes hacerlo con mucha sobriedad. Lo que quiero es acercarme lo más posible a una mujer, como quiere mi personaje, una “señora” que se preocupa porque su hijo se va a casar con una mujer. Es un musical muy cuidadoso, un gigantesco trabajo de producción porque tiene que haber bailarines que te sorprenda que sean hombres.
Es un gran reto el papel de transformista: hacer de mujer solo cuando se está en el escenario.
Es todo un tema. Me sucedió cuando hice “Condominio”, la película de Jorge Carmona, cuando interpreté a un gay de peluquería, de barrio. La pregunta que te hacen es: “¿Qué se siente hacer de gay”?, cuando de lo que se trata es interpretar a una persona que en ese momento está pasando por un drama. En “La jaula de las locas” el conflicto no es tan serio, pero hay una verdad que el actor tiene que sostener: de pronto, decirle a todo el público, vestido de mujer y pintado con purpurina: “Yo soy lo que soy y esta es mi creación”. Es algo triste.
¿Cuánta paciencia hay que tener frente a ese tipo de preguntas morbosas?
Mucha. De pronto, tienes que responder a cierta prensa cómo afrontas un personaje gay o tu propia sexualidad. ¡Nadie anda preguntándole a la gente cómo es la consistencia de sus deposiciones! Esas cosas no se preguntan. Pero bueno, qué se puede hacer… es parte del oficio.
Por: Enrique Planas
Diario El Comercio
¿Cómo llevas el tema de ser empresario teatral?
Primero, con responsabilidad y, segundo, como tiene que ser: con buen humor y la visión de darme a mí y dar al medio algo que no había cuando empecé, concebir espectáculos de calidad, con inversión, para que la gente gane dinero, para que el público se divierta y para que venga gente que no esté acostumbrada a ver teatro y los actores estén contentos de hacer teatro y pagar con tranquilidad su cable. Eso me da una profunda felicidad.
Visto desde el lado económico, ¿crees que vivimos un “boom” teatral?
Creo que vivimos mejores épocas para el teatro. En cuanto a producción, nosotros empezamos con Raquel en Llamas hace seis años y luego surgió una propuesta como Plan 9, cuyos espectáculos llenan la sala y sus actores pueden vivir de una temporada. En esa medida, sí se puede hablar de un “boom”, o por lo menos de una levantada de cabeza.
Desde hace años, el sueño de todo director es tener su teatro propio para sus montajes. ¿Sigue siendo ese el objetivo?
Creo que debería haber una posibilidad para todo. Por ejemplo, un director como Roberto Ángeles debería ya tener la posibilidad de contar con un espacio propio de creación y experimentación teatral. Es algo que también nosotros estamos buscando. También debería haber salas alternativas para todo tipo de espectáculos. Teatros más de cámara como La Plaza-ISIL, o teatros enormes, donde montar “La comedia romana” o “La jaula de las locas”. Faltan salas, distintos espacios.
El director Osvaldo Cattone comentaba que toda su vida lo han atacado por hacer teatro “comercial” y que, curiosamente, son los jóvenes directores los que ahora siguen sus pasos…
Cattone merece mucho respeto. Durante muchos años, mantiene con su bolsillo un teatro como el Marsano, presenta espectáculos de calidad y acostumbra a la gente a ver teatro. Eso es muy valioso. Gracias a Dios, los prejuicios contra lo “comercial” se están rompiendo, aunque quedan algunos bastiones un poco vetustos, como lo que representa el equivocado Alonso Alegría.
Como en “El idiota”, en tus últimos montajes siempre te veo en el papel del que mete la pata, el que genera las confusiones, el que se burla tanto de sí mismo como de los demás. ¿Por qué te gusta tanto este tipo de personajes? ¿No sientes que te estás limitando a ese registro actoral?
Porque tienen mucho de mí. Me siento muy cómodo con mis personajes de “Volpone” o “Una comedia romana”. Por allí va el claun que aún tengo, y no me molesta ni me preocupa. Siento que por allí estoy diciendo lo que me provoca decir.
*En julio próximo, interpretarás a Albin, el gay transformista en La jaula de las locas...*
Presentar esa obra en cualquier otro lado ya no despeina como antes. Pero en Lima todavía tiene mechas por despeinar, aunque ahora hay más tolerancia y libertad frente al tema gay. De lo que la obra habla es de libertad y tolerancia.
Denisse Dibós te dará clases de canto. ¿Quién te enseñará las técnicas del transformismo?
No lo sé, aún no hemos comenzado con eso. Es complicado, pues debes hacerlo con mucha sobriedad. Lo que quiero es acercarme lo más posible a una mujer, como quiere mi personaje, una “señora” que se preocupa porque su hijo se va a casar con una mujer. Es un musical muy cuidadoso, un gigantesco trabajo de producción porque tiene que haber bailarines que te sorprenda que sean hombres.
Es un gran reto el papel de transformista: hacer de mujer solo cuando se está en el escenario.
Es todo un tema. Me sucedió cuando hice “Condominio”, la película de Jorge Carmona, cuando interpreté a un gay de peluquería, de barrio. La pregunta que te hacen es: “¿Qué se siente hacer de gay”?, cuando de lo que se trata es interpretar a una persona que en ese momento está pasando por un drama. En “La jaula de las locas” el conflicto no es tan serio, pero hay una verdad que el actor tiene que sostener: de pronto, decirle a todo el público, vestido de mujer y pintado con purpurina: “Yo soy lo que soy y esta es mi creación”. Es algo triste.
¿Cuánta paciencia hay que tener frente a ese tipo de preguntas morbosas?
Mucha. De pronto, tienes que responder a cierta prensa cómo afrontas un personaje gay o tu propia sexualidad. ¡Nadie anda preguntándole a la gente cómo es la consistencia de sus deposiciones! Esas cosas no se preguntan. Pero bueno, qué se puede hacer… es parte del oficio.
Por: Enrique Planas
Diario El Comercio
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