"¿Elvis Presley? ¿Quién es Elvis Presley?", respondió al teléfono el fotógrafo Alfred Wertheimer, la mañana de 1956 en la que recibió una llamada de la discográfica RCA que cambiaría su vida, según narró en la inauguración de la exposición.
El nuevo artista tenía 21 años, vivía en Memphis (Tennessee) y acababa de firmar un contrato para dar doce conciertos en varias ciudades y cadenas de televisión a lo largo de ese año.
Las fotos que el joven Wertheimer tomó de esa gira, que se exhiben desde hoy y hasta el 23 de enero de 2011 en la Galería Nacional del Retrato de Washington, muestran a un Elvis aún desconocido que podía pasear solo por las calles de Nueva York, pero también a un icono local que ya volvía locas a las adolescentes.
El mismo objetivo que se colaba en su casa para retratarle charlando con su madre, Gladys, o escuchando discos con su novia del instituto, Bárbara, se atrevía también a cazarle meses después besando a muchachas, sin que a la joven estrella pareciera importarle su intimidad.
"Para mí, Elvis tenía dos cosas que le hacían único", dijo Wertheimer en la inauguración de la exposición. "Una de ellas era que me permitía acercarme todo lo que quisiera, y nunca posaba o actuaba. Parecía que no se enterara de que le estaba retratando".
La otra, aseguró, era que hacía a las chicas llorar. "No gritar, no saltar: llorar. Era capaz de despertar sus emociones más puras e íntimas".
"Estados Unidos estaba al borde de un cambio cultural enorme, y Elvis fue clave en ese proceso", opinó la comisaria de la exposición, Amy Henderson.
El movimiento de sus caderas, que se convertiría en su marca registrada, era tan apasionante para algunas como reprochable para otros; entre ellos, sus propios promotores.
Wertheimer tenía predilección por captar al cantante ante sus "fans", como los que se recortan contra su figura en un concierto en Richmond (Virginia) o los que le ven arrodillarse con el micrófono en un escenario de Nueva York.
Pero también inmortalizó al Elvis solitario, el que digería la fama en el tren de camino a casa o el que rompía las cartas de sus admiradoras después de leerlas.
No se quedó con ganas de captar a la estrella en su esplendor, o en la decadencia de sus últimos años. "Henri Cartier-Bresson fotografiaba el momento decisivo, en el que todo encaja. A mí me interesa más lo que sucede justo antes de eso", explicó. "Y Elvis me dejó captarlo". (EFE)
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